Aprender…
Desde que empezó todo este circo de la pandemia, en aquel
inolvidable 14 de marzo de 2020, como fecha ya enmarcada en la historia,
estamos ya próximos a cumplir dos años y no vemos todavía un claro final.
Por otra parte, haciendo gala de nuestro
pragmatismo, nos seguimos preguntando: ¿está sirviendo para algo toda esta
convulsión social y moral que agita el mundo y parece no tener fin?
Creo, honradamente, que ya somos muchos
a los que nos está sucediendo un hecho contrastado: pensábamos que nos
hallábamos ante una inmejorable ocasión de cambiar muchas cosas, y, sin
embargo, vemos que las reticencias al cambio se imponen de diferentes maneras…
Ni hay diagnósticos concretos, ni hay
voluntad e interés en afrontar los problemas más profundos. Seguimos viviendo
en una sociedad adormecida, que sueña con alcanzar paraísos inexistentes sin el
precio del esfuerzo.
Mirando a nuestro alrededor puede
afirmarse que, pese a que el virus ha agitado algunas cosas, se está imponiendo
un reiterado afán de volver a las peores rutinas de siempre.
Las grandes transformaciones sociales
sólo se logran mediante el trabajo y el esfuerzo, y una catástrofe sanitaria,
por muy profunda que haya sido, poco puede hacer por sí sola, si no cuenta con el
apoyo de una acción social crítica y constructiva, de la mano de personas
libres y comprometidas.
No perdamos la esperanza de que nazca
algo nuevo.
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