LIBROS
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Mi
profesor de Sociología (uno aún tuvo “profesores”,
mientras que las nuevas generaciones tienen hoy más bien “maestros”) me enseñó que, en cuestión de libros, hay que distinguir
entre el libro objeto, que se compra
como inversión por su valor material; el libro metro que sirve para decorar las estanterías; el libro signo de cultura, cuya posesión pretende
mostrar la inquietud intelectual del adquiriente; el libro funcional, que se emplea como fuente de enseñanza (por ejemplo los libros
de texto); y el libro literario, que
pretende establecer un diálogo (palabra a
través) entre el escritor y sus lectores…
He recordado esta enumeración porque la
actualidad de esta semana la hace prácticamente inevitable, o de inserción obligatoria, como se decía
en los viejos tiempos, ya que la fiesta de san Jordi, en versión catalana, y el
recuerdo de la muerte de Cervantes, en vertiente castellana, han servido, una
vez más, de pretexto para que muchas personas hayan comprado o regalado algún libro…
Y el hecho no deja de ser
significativo, porque cuando, ante la explosión de las nuevas tecnologías
digitales, eran muchos los que profetizaban que la vida del libro de papel se
había acabado, la visión de tantas personas con un libro en sus manos,
recientemente adquirido, no deja de reconfortar y desmentir a los apocalípticos culturales…
Es
obvio que siempre cabe analizar qué tipo de libros ha adquirido la gente, pero,
en definitiva, está claro que los libros, en general, siguen teniendo la gran
utilidad de avalar y hacer más firme la experiencia de las cosas…
No cabe duda de que en el desarrollo de
la persona uno de los momentos más grandes que suele sucederle es cuando
aprende a leer… ¡Con qué gozo recordaremos todos, seguramente, aquel momento…!
Pues qué pena no aprovechar esta habilidad…
La pandemia que tantos signos negativos
ha aportado ha sido, tal vez, una nueva ocasión para redescubrir el valor de un
buen libro, capaz de hacernos surgir un diálogo con lo más profundo de nuestro
interior…
No perdamos la ocasión.