Pasividad
Es una triste realidad: muchas personas hacen las cosas porque hay que hacerlas...
Y esta actitud, que puede parecer una fidelidad a los compromisos adquiridos, esconde, con frecuencia, un pasotismo y una pasividad que resultan perniciosos.
Una persona y una sociedad no avanzan cuando se encierran en el estancamiento, el servilismo, la sumisión y la falta de inquietud personal, social, política o religiosa.
Nos da miedo la novedad porque nos sentimos más seguros como si todo ya estuviera hecho. Y es que el mayor o menor bienestar nos lleva a la pasividad.
Con todo, estas situaciones no son solamente opciones libres, personalmente asumidas, sino que tienen mucho de influencia de quienes detentan el poder.
A quienes mandan, en cualquier ámbito, les interesa tener súbditos domesticados y silenciosos, amodorrados y faltos de curiosidad.
Por eso hoy es necesaria la revolución, que es, como su nombre indica, la evolución más acelerada de las cosas, para desempolvar herrumbres y adherencias perniciosas.
Se impone, pues, que cada cual se lance a su particular revolución. Y no hace falta que sea de grandes metas y ilusos ideales. Que sea una revolución posible y cotidiana.
¿Qué tal, por ejemplo, la revolución de la gratuidad, de la sonrisa, del gesto amable, de la acogida afectuosa, del perdón y de la atención a las personas?
Son revoluciones posibles y muy necesarias, y muy idóneas para despertarnos de nuestro aletargamiento...
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