MEMORIA DEL 8 M
Raimon fue quien cantó: qui perd els orígens, perd la identitat
(quien pierde los orígenes, pierde la identidad), y este pensamiento se
atribuyó, entre otros, a Salvat Papasseit, y/o a Salvador Espriu.
Sea quien
fuera el autor, sí es cierto que Espriu escribió que no solamente tenemos que hacer memoria para no perder la identidad, sino
también para poder responder a la pregunta de qué queremos ser...
Me
viene todo esto a cuento porque pretendo reivindicar los orígenes de este 8 de
marzo, Día la Mujer Trabajadora, o Día internacional de la mujer, como ahora se
llama, que empezó a celebrarse en Alemania el año 1911.
Más allá de
la versión de que tuvo su origen concreto en tal o cual incidente trágico padecido
por obreras textiles de las fábricas norteamericanas a causa de sus
reivindicaciones (por ejemplo la Cotton, donde murieron quemadas 129
trabajadoras; o la Triangle, donde perecieron, también en un incendio, 146
trabajadoras), lo cierto es que la celebración hay que situarla en el contexto
social de una sociedad convulsionada en los inicios del siglo XX.
Tras la revolución
rusa y la primera guerra mundial, los movimientos obreros los partidos socialistas y el sindicalismo
femenino de Estados Unidos y Europa, junto con la reivindicación del sufragio
femenino, fueron factores decisivos para instaurar esta jornada. Y Clara
Zetkin, una líder socialista alemana, fue determinante para la instauración de
un día mundial de reflexión y reivindicación dedicado a la situación de las
mujeres en el mundo.
Que no se
pierdan, pues, los orígenes de este día.
El 8 de marzo es una ocasión importante
para reafirmar todos los derechos de la mujer, pero sobre todo sus derechos
sociales y laborales: el trabajo digno, el salario justo y el trato igualitario.
Conviene no olvidarlo nunca y seguir
luchando.
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