Adiós
a un sabio…
Las
definiciones casi nunca alcanzan a expresar todo lo que uno desearía matizar,
pero si nos atenemos a la Real Academia leemos: sabio: dícese de una persona que tiene profundos
conocimientos en una materia, ciencia, o arte…
Pues
bien: esta semana se me ha muerto un sabio, muy amigo mío. Tenía 80
años. Le conocí cuando éramos todavía adolescentes, convivimos y estudiamos
juntos durante catorce años, luego seguimos rumbos diferentes, y en los últimos
veinte años nos habíamos visto y compartido unos cuantos días en diferentes
ocasiones…
¿Por qué afirmo que era un sabio?
Alguien que redacte su biografía
resaltará que fue catedrático de Literatura en tres Universidades distintas,
que escribió unas obras de investigación sensacionales, que fue Premio de la
Real Academia española, y que pasa por ser el mejor especialista del mundo
sobre El Quijote…
Pero
este escrito mío de hoy no pretende ser ni una simple biografía personal, ni un
presumir de amigo importante, sino la expresión de un matiz muy sutil de por
qué he considerado siempre a este amigo verdaderamente un sabio…
Leo, por ejemplo, en una de las
necrológicas sobre su personalidad, aparecida el pasado viernes en un periódico:
persona de ideas muy firmes y asentadas, polemista, nada cobarde a la hora
de expresar sus opiniones, lo que le valió grandes amigos y grandes
detractores…
Por eso creo que fue y era un auténtico
sabio. Y por eso hay hoy tan pocos
sabios… Porque en la vida no basta con tener ideas, sino que hay que correr el
riesgo de expresarlas y defenderlas…
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